Se trata esta de la primera novela de esta autora normanda que leo, y eso que Annie Ernaux ya tiene a sus espaldas varias obras, todas ellas autobiográficas e intimistas, como: El lugar, La mujer helada, La vergüenza, No he salido de la noche, El acontecimiento o La ocupación.
Memoria de chica se trata de una novela breve, pero muy intensa, en la que la autora -y protagonista de la trama- da marcha atrás en el tiempo y retrocede al verano de 1958 para recordar todo lo acontecido durante tres meses la Colonia de S, y los años que siguen a este período, clave en su vida.
En ocasiones la historia se narra en primera persona, y en otras pasa a contarnos sus vivencias en tercera persona; su relación con H, el primer hombre con el que tuvo una relación sexual, la forma en que se relaciona con el resto de monitoras de la colonia, la envidia que siente al observar a muchachas tan independientes y seguras de sí mismas como "la rubia", los flirteos y relaciones esporádicas que mantendrá con el resto de chicos de la colonia, su afán por ser considerada una más del grupo, pero verse excluida del mismo. Esta externalización de la narración sirve, precisamente, para analizar lo que allí ocurría de forma objetiva y alejada, juzgando los hechos de forma externa.
Aquí os dejamos un ejemplo de un fragmento en el que se da salto de persona, y en el que se explica la sensación de congoja de la protagonista, justo después de pasar la noche con H y estar esperando a que este vuelva a su habitación, en vano. Decide ir a la habitación de al lado y preguntarle a otra monitora y compañera suya:
"Ya no sé lo que ha implorado -qué palabras sepultadas desde entonces bajo la vergüenza, quizá que le digan si H está con la rubia-, ni qué negativa desdeñosa se le ha replicado para que dirija a Monique C esta súplica: "¿No somos amigas, entonces?" Y que Monique C le suelte violentamente, con una especie de repulsión: "¿Ah, no! ¿Que yo sepa nunca hemos comido en el mismo plato"
Vuelvo a ver la escena una y otra vez, con aquel horror que no se ha atenuado, el de haber sido tan miserable, una perra que viene a mendigar una caricia y recibe una patada. Pero ese repaso reiterado no consigue acabar con la opacidad de un presente desaparecido desde hace medio siglo, y deja intacta e incomprensible la aversión de la otra chica hacia mí"
Retomar un hecho que te ha perseguido toda la vida y analizarlo se trata de todo un acto de valentía, la necesidad e catarsis, perdonar ese sentimiento de vergüenza, de marginación sufrido en la colonia de tres meses que pasó en el condado de Orne, en el que sufrirá vejaciones y burlas, y a la que no le dejarán volver, a pesar de que escriba para trabajar como monitora el verano siguiente.
Para recuperar esos recuerdos, y superarlos, la autora se sirve de fotos y cartas, búsquedas de internet, lo que le ayudará a reconocer a esa Annie D, analizarla, comprender su forma de comportarse, verbalizar el momento en el que decide trabajar en esa colonia y dejar a sus padres lejos del autobús que le lleva a la colonia para que nadie pueda verlos, e incluir todas estas vivencias como una pieza más en el puzle que conforma su vida, sin el que no podría haber llegado a ser la Annie actual. Como la propia autora afirma al final de la novela, citando a Nietzsche: "Tenemos el Arte para no morir de la Verdad".
Destaco algunos extractos de la novela en las que se aprecia la inocencia de Annie, la necesidad de aprender, aprender de otros cuerpos y otras vivencias, la vergüenza y el miedo que siente de su propia vida y de su propia personalidad, hasta el punto de que llega a mentir sobre el lugar donde estudia, un colegio de monjas, y la menguada autoestima que posee, lo que se une a su procedencia a una clase social baja (sus padres tienen una tienda, y no tienen estudios, nada que ver con el resto de monitores/as de la colonia), lo que le lleva a dejarse hacer, sin cuestionarse qué quiere realmente ella:
"Podría levantarse, encender la luz, dejarle ahí plantado y volver a la fiesta. Hubiera podido. Sé que no se le ocurrió. Es como si hubiera sido demasiado tarde para echarse atrás, como si las cosas debieranseguir su curso. Como si no tuviera derecho a abandonar a ese hombre en el estado que ha provocado ella. No puede imaginarse que no la hubiera escogido -elegido- a ella entre todas las demás. (...) no sabe qué hacer porque no sabe lo que le espera. Él, solo él es el amo. Le lleva un tiempo de ventaja. La obliga a deslizarse hasta la parte inferior de su vientre (...)"
Creo que la autora plasma muy bien los miedos de esta muchacha de 18 años, y provoca en el lector una gran angustia al conocer cómo sus compañeros/as la desprecian, y se burlan de ella y de sus sentimientos de amor hacia H, hasta el punto de poner una de sus cartas en un tablón para que todos puedan leerla.
Copio un extracto del artículo de El País, en el que creo que se explica muy bien cómo es la narrativa de Ernaux:
Ella no tiene un yo determinado, sino varios que pasan de un libro al otro. Construcción de subjetividad en la historia, de un yo que se apoya en un lenguaje frío, en el detalle clínico que muchas de sus lectoras le reprochan, un francés casi quirúrgico. He leído muchas veces los reproches que le hacen sus lectoras por esa frialdad con la que habla de sus padres o de su infancia. O la vergüenza que es un sentimiento recurrente, no cambiar algunos patrones femeninos, estar orgullosa de haber llegado a ser “alguien” en el panorama literario francés. Pero es más complejo que eso, es haber construido su propio modelo de mujer, una historia de mujer con rostro, una suerte de antropología de clase media-baja, o sociología literaria, como ella quisiera llamarla. No es la Memoria de una joven burguesa, es la memoria fragmentada, con destellos brillantes, de una joven rural que ha completado una parte del panorama de la realidad en Francia. Es la exploradora de esa joven rural que se convirtió en Otra, con capacidad de decir cosas tantas veces disimuladas por otras mujeres tras una mueca, un silencio, traicionando sus orígenes. O detrás de la tercera persona, porque ella, Ernaux, busca que la identifiquen en primera persona, a la vista de todo el mundo, con nombre propio. (...)
Es cierto, como ella dice, ninguno de los escritores franceses (ni Sagan, ni Robbe-Grillet, tampoco Duras o Beauvoir) han escrito sobre los supermercados, ni sobre el RER (tren de cercanías), menos han vivido en un pueblo olvidado en los altos de una tienda como la de los padres de Ernaux, pues no, no hay ese registro, como tampoco hay el de una mujer que decidió que ella no solo era escritora sino una memoria viva, que tenía la obligación de escribir como lo hace, con pasión, con impudor, con todo el cuerpo.
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