Hacía tiempo que no leía una novela tan emotiva, que te atrapa en cada una de sus versiones: la de Gabriel, la de Darío, la de Carmen y la de Antonio. Una novela que pone los cuidados en el centro, que te plantea cuál es el valor de la familia, la importancia de sentir al otro como cómplice, que habla de la necesidad de decir, y también de la heroicidad de callar.
Antonio es un octogenario cuya mujer acaba de fallecer, y cuyos cuidados recaen en las manos de sus tres hijos. Carmen, auxiliar de enfermería, será la primera en contarnos qué siente al tener a su padre en su casa, cómo se las apaña entre los cuidados que ejerce para ganar su salario mensual, limpiando culos de personas mayores, los cuidados hacia su hijo Hugo, y los cuidados a su padre, al que mima y cuida igual que él hizo cuando era una niña. Solo que no es lo mismo... aunque queramos.
Después nos relata la versión de Darío, el hermano mediano, el vividor, trasnochador, juerguista... el más divertido, y también el más indisciplinado de la familia. Acoge a su padre con mucho cariño, bromea con él, incluso le compra un llamativo sillón verde pistacho para que su padre pueda ver cómodamente la televisión desde él, y para ello le pide el dinero prestado al hermano mayor, a Gabriel.
Conocemos en tercer lugar la historia de Gabriel, el hermano mayor, el ejemplar. Ha conseguido acabar una carrera, habla idiomas, ha conseguido un trabajo que le aporta mucho dinero, y vive en una enorme casa, en la que acoge a toda la familia en fechas señaladas. Su vida es la que toda persona desearía, está casado felizmente con Patricia, tiene un hijo, llamado Hernán, que es un primor de niño... pero todo se trunca en una mañana, en la que el niño sufre un accidente cuando su padre lo está meciendo en brazos. Y ahí empieza la pesadilla, y ahí empieza el odio pertinaz que Gabriel siente por Antonio, al que acoge en su casa cada dos meses, como han apalabrado entre los hermanos, pero por el que no puede sentir ni lástima, solo aversión.
A través de una trama en la que aparece un narrador coral, en la que podemos escuchar las distintas voces de los personajes, vamos viendo como una familia cualquiera afronta la vejez del abuelo, sobrevive a una crisis familiar fuerte, y mantiene los lazos en torno a la "parcela", el lugar que tantas alegrías les dio cuando los chicos eran pequeños, pero que ya no ven como un lugar paradisíaco, sino todo lo contrario.
El comienzo de la novela ya nos ayuda a entender el tono que va a predominar en toda el libro; la manera tan plástica y cercana de describir episodios domésticos, y cómo profundiza en la psicología de cada uno de los personajes para que podamos tomar perspectiva, y ver una realidad desde muchos prismas.
"El primer día que tuve que limpiarle el culo a mi padre, me mentí diciéndome que era igual que cuando se lo limpiaba a mi hijo.
-Venga, Carmen, que es lo mismo; va, Carmen, que es tu padre; venga, mujer, que ese hombre te limpió el culo a ti.
Me lo repetía como quien está a punto de correr para darse impulso y saltar.
-Es lo mismo, Carmen. Hazlo ya.
Pero no. No es lo mismo".
La portada del libro en sí misma es todo un alegato; una imagen en la que un padre porta en sus hombros a dos de sus hijos, a "los siguientes", a los que está cuidando, y que serán los siguientes en necesitar cuidados de otros, porque esta vida es una rueda, y vamos cambiando nuestros roles y el lugar que ocupamos. Pero siempre todo gira en torno a los cuidados, y eso no lo debemos olvidar.
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