sábado, 10 de diciembre de 2011

LA MANO INVISIBLE de Isaac Rosa


Como el mismo autor declaraba en recientes entrevistas, se trata de una novela en la que sus protagonistas trabajan. No es habitual encontrar en la literatura obras en las que se narre cómo los personajes se ganan el pan, cómo es su rutina diaria ni lo que piensan al realizar un trabajo alientante. Y ahí está "La mano invisible", la última novela del escritor sevillano que nos permite meternos en el pellejo de múltiples asalariados.

Bajo este título tan esclarecedor -sabemos que se trata de una expresión formulada por Adam Smith para hablar de la capacidad autorreguladora del libre mercado-, nos adentramos en la vida de un albañil, un carnicero, una trabajadora manual, una secretaria, una limpiadora, una operadora telefónica, una costurera, un camarero, un informático y un guardia de seguridad. Cada capítulo está dedicado a cada uno de ellos; Isaac Rosa va plasmando en las páginas cómo estas personas se sienten al convertirse en el punto de mira de un grupo de espectadores que observan su trabajo. Con una prosa clara, sencilla y concisa el autor sorprende al lector con una idea original, una especie de show similar a los múltiples programas de televisión a los que nos tienen acostumbrados, tipo el Gran Hermano, pero en el que el objeto a observar son unas personas en su labor. Nadie sabe quién se esconde tras este experimento, quién mueve los hilos, qué mano invisible es la responsable del espectáculo, y de alguna manera, aunque estén realizando el mismo trabajo que harían en otro lugar, se sienten manipulados.


No quiero destripar aquí la trama, tan solo dejo caer pequeño retazos de la misma, y acompaño este resumen con algunos fragmentos que especialmente me han gustado por su realismo y dureza. Por ejemplo, cuando el mozo, un chico rumano, está recordando una anécdota en la que le preguntaron que en qué trabajaba y respondió que era rumano, "aquello quedó como una broma, pero cuando otro día un vecino le preguntó en qué trabajaba y él respondió soy rumano, el vecino dio por buena la respuesta, no mostró extrañeza, puesla nacionalidad era una categoría laboral, indefinida pero reconocible, que se cumplía en muchos compatriotas y que incluía toda un alista de trabajos temporales y duros, diferentes pero ligeramente relacionados, lo mismo cargar y descargar camiones de mudanzas que hacer el inventario de un almacén...".

Más adelante la secretaria reflexiona: "nunca ha entendido por qué hay que trabajar como mínimo ocho horas y no tres o cuatro, cuando lo comenta con conocidos la miran como a una niña pequeña que desfía con su lógica inocente el mundo duro del os adultos, y como tal no la toman en serio, aunque ella insiste, pregunta por qué son necesarias esas ocho, nueve o diez horas diarias para que cada uno viva de su trabajo, para vivir dignamente, lo que quiera que eso signifique, que tampoco ella lo sabe pues presume de vida austera, y aun así ve desproporcionado el número de horas que entregamos en nuestras vidas para lo que obtenemos a cambio, y se pregunta si es imprescindible trabajar tanto, se lo pregunta a los demás, que la miran sonrientes como a la niña marisabidilla y un punto impertinente que en toda comida familiar deja en evidencia las inconsistencias del mundo adulto con su lógica aplastante, y a la que siempre dan la misma respuestas: cuando crezcas lo entenderás".

El libro es interesante por su cercanía al lector, por su simpleza y por su facilidad plasmar la realidad más evidente, más mundana y cotidiana que nos acecha a cada uno de nosotros. Sin embargo, está lejos de ser una gran novela. Con un final previsible y fácil, no cambia en ningún momento el ritmo de la trama y llega a resultar una lectura un tanto monótona y cansina, aunque quizá esa era su intención, al igual que el trabajo resulta repetitivo así ocurre con el quehacer de estos personajes.