martes, 17 de agosto de 2010

ALGO ALREDEDOR DE TU CUELLO de Ngozi Adichie


"Algo alrededor de tu cuello" es una compilación de doce cuentos, siendo el séptimo el que da título a la obra. Se trata de una selección de relatos de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, quien es autora de otras obras como La flor púrpura o Medio sol amarillo.

Conocí a esta autora a través de un vídeo que cuelgo aquí mismo en el que la autora explica los peligros de una "single story" o una historia única. Su charla me sorprendió porque nunca me había parado a pensar en esos cuentos clásicos en los que siempre cobra protagonismo un caballero servicial que rescata a una mujer blanca, rubia, que come manzanas y sufre los sinsabores del invierno con nieve. ¿Acaso se trata de una trama universal, válida para todos? Ngozi Adichie provoca la risa en el auditorio al explicar que ella jamás había comido una manzana ni había visto la nieve, pero siendo niña soñaba al leer estos cuentos supuestamente "universales".

Todo lo que sintetiza en esta charla en la Universidad de Harvard viene a visualizarse en los cuentos compilados en Algo alrededor de tu cuello, en los que expresa muchas emociones contradictorias, como una especie de batalla personal contra clichés, estereotipos y visión maniquea de la historia. Cada relato refleja una situación distinta, bien en Lagos, Abuja, Nsukka (Nigeria) o en distintas ciudades de Estados Unidos. Los personajes expresan claramente la sensación de enajenación, de exilio, de contradicciones... sensaciones que todos percibimos al tomar decisiones en nuestra vida, al estar alejados de nuestro lugar o cuando se nos exige que, de alguna manera, sigamos un modo de comportamiento "normal", estandarizado, ordinario. Es difícil explicar las sensaciones que recorren tu cuerpo al leer estas páginas; es como si se verbalizaran sensaciones que tenemos guardadas en nuestro interior, una rabia contenida contra el mundo, el protocolo, el conformismo, lo políticamente correcto, que estalla de repente en las distintas tramas, todas ellas carentes de un final concreto. Ngozi Adichie lo que hace es dibujar momentos vitales, historias carentes de un final cerrado, esquivando el "happy ending".

En esta obra, Chimamanda Ngozi Adichie se muestra muy crítica con los occidentales y no sólo por nuestro pasado colonizador, sino también por nuestro presente paternalista que disfruta del exotismo turístico del continente africano. Contrapone las dos culturas pero sin maniqueísmos; a veces son los occidentales quienes quedamos en ridículo, a veces son los nigerianos demasiado aferrados a la tradición. Y es que, sin duda, también es un libro que habla del conflicto entre tradición y modernidad, que reflexiona sobre el problema que supone para los jóvenes nigerianos abrazar la cultura occidental sin perder su identidad.

Sirva de ejemplo este pequeño extracto del relato "Una experiencia privada" que ha llamado mi atención por la forma de explicar una forma de llorar, una forma de sentir muy íntima, privada: "La mujer se echa a llorar. Llora en silencio, sacudiendo los hombros, no con la clase de sollozos fuertes de las mujeres que conoce, que parecen decir a gritos: "Sujétame y consuélame porque no puedo soportar esto yo sola". El llanto de esta mujer es privado, como si llevara a cabo un virtual necesario que no involucra a nadie más".

Ngozi Adichie defiende en sus relatos una manera de comportarse, una manera de sentir y de luchar. Para más información, puedes leer esta crítica.

Os dejo aquí algunos extractos del relato que da nombre al libro, "Algo alrededor de tu cuello":



 (p. 117) Te reías con tu tío y te sentías a gusto en su casa; su mujer te llamaba nwanne, hermana y sus dos hijos en edad escolar, tía. Hablaban igbo y comían garri al mediodía, y era como estar en casa. Hasta que tu tío entró en el abarrotado sótano donde dormías entre cajas y cartones, y te atrajo hacia sí a al fuerza, apretándote las nalgas y gimiendo. No era tu tío en realidad; era un hermano del marido de la hermana de tu padre, no tenía ningún lazo consanguíneo. Cuando lo rechazaste, él se sentó en tu cama -era su casa, después de todo-, sonrió y dijo que a los veintidós años ya no eras una niña. Que si le dejabas continuar haría muchas cosas por ti. Las mujeres listas lo hacían continuamente. ¿Cómo crdía que lo habían conseguido todas esa mujeres de Lagos con empleos bien remunerados? Hasta las mujeres de la ciudad de Nueva York. (P. 121) Él era estudiante de último curso en la universidad estatal. Te dijo cuántos años tenía y le preguntaste por qué no se había licenciado aún. Después de todo estaban en EEUU, no era como en su país, donde las universidades cerraban tan a menudo que las carreras se alargaban tres años más y los profesores se sumaban a huelga tras huelga y aun así no cobraban. Él respondió que se había tomado un par de años sabáticos para encontrarse a sí mismo y viajar por África y Asia sobre todo. Le preguntaste dónde acabó encontrándose y él se rió. Tú no te reíste. No sabías que la gente podía escoger sencillamente no estudiar, que la gente podía dictar el curso de su vida. Estabas acostumbrada a aceptar lo que la vida te daba, a escribir lo que la vida te dictaba. (…) Supiste que te sentías cómoda con él cuando le contaste que veías Jeopardy en el televisor del restaurante y que apoyabas a los participantes en el siguiente orden: mujeres negars, hombres negros, mujeres blancas y, por último, hombres blancos, lo que significaba que nunca apoyabas a hombres blancos. Él se rió y dijo que estaba acostumbrado a que nadie lo apoyara, que su madre era profesora de estudios de la mujer. Y supiste que habías entrado en confianza cuando le dijiste que en realidad tu padre no era maestro de escuela en Lagos, sino chófer en una compañía de construcción. Y le explicaste aquel día que os visteis atrapados en un atasco en Lagos en el destartalado Peugeot 504 que conducía tu padre; llovía y tu asiento estaba mojado porque había un agujero en el techo oxidado. Había mucho tráfico, siempre había mucho tráfico en Lagos, y cuando llovía era el caos. Las carreteras se convertían en charcos lodosos, los coches se quedaban atascados y algunos de tus primos se ganaban algo de dinero ofreciéndose a empujarlos. La lluvia, el barro resbaladizo, pensaste, hicieron que tu padre pisara demasiado tarde los frenos aquel día. Oíste la abolladura antes de notarla. El coche contra el que tu padre había chocado era grande, extranjero, de color verde oscuro con los faros dorados como los ojos de un leopardo. Tu padre se puso a llorar y a suplicar aun antes de bajar del coche, se tumbó en la carretera provocando bocinazos. Lo siento, señor, lo siento, señor, repetía. Si nos vende a mí y a toda mi familia no le dará ni para comprar un neumático. Lo siento, señor. El pez gordo sentado en el asiento trasero no se apeó pero lo hizo su chófer, que examinó los daños y miró con el rabillo del ojo la forma espatarrada de tu padre suplicando como si fuera pornografía, un espectáculo con el que le avergonzaba admitir que disfrutaba. Al final dejó marchar a tu padre. Lo despidió con un además. Se oyeron más bocinazos y los conductores blasfemaron. Cuando tu padre se sentó de nuevo al volante, te negaste a mirarlo, porque era como los cerdos que se revolcaban en los pantanos de detrás del mercado. Tu padre era nsi. Mierda. Después de oírte, él apretó los labios y te cogió la mano, y dijo que entendía cómo te sentías. Tú le apartaste, repentinamente enfadada, porque se creía que el mundo estaba o tenía que estar lleno de gente como él. Le dijiste que no había nada que entender, que así eran las cosas.